Archivo de 29 de enero de 2008

29
Ene
08

Efemérides del Día – 30 de Enero

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Efemérides del Día – 30 de Enero

1726

Se funda la ciudad de Montevideo por el general español Bruno Mauricio de Zabala.

1794

Se crea por real cédula el Consulado de Buenos Aires. Como secretario, Manuel Belgrano inicia la propaganda en favor del comercio libre, propicia el cultivo del lino y el cáñamo y apoya la creación de escuelas de dibujo y náutica.

1903

Se crea el primer colegio aborigen de Colonia Cushamén (Chubut), Escuela Provincial 69 (antes, Nacional N° 15). Este día llegó el primer docente, que atendía a 50 alumnos. Esta escuela fue construida por la comunidad mapuche en tierras donadas por ésta al Consejo Nacional de Educación. Se halla a 180 kilómetros al norte de Chubut y, además de inglés, se enseña el idioma indígena.

1911

Nace Roy Eldridge, músico estadounidense. (m. 1989)

1937

Nace Boris Vasilyevich Spassky, campeón mundial de ajedrez.

1948

Asesinado por un fanático hindú el líder político-religioso indio Mahatma Gandhi, predicador de la no violencia.

1951

Nace el músico Phil Collins.

1969

Última aparición publica de Los Beatles.

1980

Muere Professor Longhair, músico estadounidense. (n. 1918)

1991

Fallece John Bardeen, investigador estadounidense, dos veces Premio Nobel de Física, por inventar el transistor y enunciar la teoría de la superconductividad.

2007

Se lanza al mercado el sistema operativo Windows Vista de Microsoft, sucesor del Windows XP lanzado en 2001. Windows Vista está presente en seis versiones diferentes: Windows Vista Stater Edition, Windows Vista Home Basic, Windows Vista Home Pemium, Windows Vista Ultimate, Windows Vista Bussines y Windows Vista Enterprise.
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29
Ene
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El Hombre de la Esquina Rosada – Astor Piazzolla & Jorge Luis Borges

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El Hombre de la Esquina Rosada – Astor Piazzolla & Jorge Luis Borges

Tratemos entonces de desentrañar ese diáfano misterio que es el Borges que siempre se presta a tantas lecturas como lectores tenga. Y hagámoslo desde uno de sus más perfectos cuentos, aquel del que usurpamos el título para encabezar estas líneas: «Hombre de la esquina rosada».

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Desde la perspectiva del género policial es todo un alarde literario dejarnos entrever al homicida desde el tercer párrafo «… Arriba de tres veces no lo traté, y esas en una misma noche…» pero ese detalle no nos alcanza para marcar la estatura del escritor: es simple muestra de «oficio».
Adrede hemos usado el vocablo «homicida» ya que el autor de la muerte no puede ser considerado «asesino»: no tiene rencor, no lo motiva la pasión, simplemente cumple con su deber como verdugo, mata a quien mató a su ídolo. Mata a quién mató sus ilusiones, sus míseras esperanzas de ascenso social y, aunque simultáneamente demostró que podía ocupar el sitial de «guapo» que junto con la vida perdiera su referente, nos enseña que tampoco esa era su intención.
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Vagamente nos recuerda aquel pasaje de «Silbando» donde se dice que casi anónimamente surge «un quejido y un grito mortal / y brillando entre la sombra / el relumbrón con que un facón / da su tajo fatal».
En orden a sus cualidades descriptivas, el escenario en que se desarrolla la acción merece párrafo aparte: una solitaria planicie que merced a la oscuridad nocturna alcanza ribetes espaciales, se extiende a partir del Arroyo Maldonado (hoy Avenida Juan B. Justo) en su cruce con Gaona.
Una solitaria y ominosa luz colorada denuncia la verdadera naturaleza del galpón donde se reunieron a milonguear los malandras de las proximidades y las chinas cuarteleras que descansaban los gajes de su oficio en los ranchos circundantes.
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Acodado en el mostrador Rosendo Juárez, el señor del lugar, el resumen de todos los ideales y esperanzas que son capaces de imaginar aquellas almas, el modelo a imitar, bebe su caña con gesto taciturno; no es el presagio de una muerte que no imagina, es sencillamente el aura que les impide a los otros pedir detalles de sus mentas, y a él lo exime de darlas.
No hay alegría en la escena, no puede haberla; hay desesperanza, hay rutina, cualquier risa es grotesca cosa de «puro italianaje mirón», y hasta el baile es ensimismado aunque alerta porque la actitud es competitiva.
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¿Dónde está, entonces, la alegría de ese tango picaresco que suena en nuestros oídos mientras leemos?
¿Qué nos sugiere al Borges que nos dice que el buen tango, era el tango sencillo, alegre y querendón y travieso de los inicios?
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Por la inconmensurable noche-pampa se acerca un coche placero de altas ruedas coloradas. En él, otro conjunto de marionetas que responden a otro titiritero, se acercan al galpón en medio de risotadas alcohólicas y milongas punteadas en las cuerdas de alguna guitarra criolla.
Tampoco los trae la perspectiva de una noche de juerga: saben que es una misión letal, si se lo preguntaran dudarían de estar vivos rato después; pero se arraciman detrás de su jefe, único consciente del porqué de la expedición.
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Ranas, perros y grillos completan la escena en que deberá desenvolverse la tragedia y esta da comienzo cuando Real, el otro, lanza el desafío sin nombrar al destinatario; sabe que el espíritu de cuerpo de los locales se encolumnará detrás del desafiado en cuanto éste se dé por aludido, pero también sabe que esa misma aceptación será la voz de alto que convertirá la sospechable batalla campal en un tango a dos cuchillos que cumplirán su ritual hasta la fatalidad.
Y ese es el tango amado por el irónico Borges: no es travieso, no es alegre, es trágico, es letal.
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¿Cuantas veces el socarrón maestro nos mostró su admiración por el duelo a cuchillo, con todo el coraje que implica saber la muerte al alcance de la mano?
¿Cuantas veces Nicanor Paredes o Jacinto Chiclana?
¿No es esta una vez más?
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El cuadro siguiente pareciera demostrar que no: Rosendo Juárez, El Pegador, declina el convite y decide perder todo su patrimonio de una sola vez: su fama, esa que ganó trabajosa o mentirosamente pero que le facilitaba todo, hasta la posesión de esa mujer que ya no es más suya desde que, por orgullo propio, le saca el cuchillo de entre las ropas y lo pone en sus manos, dispuesta a ser una cosa para su hombre siempre que éste sea el mejor («Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida!…» dirá Real en su momento de triunfo, pero antes la Lujanera lo habrá convencido de su sumisión: «Dejalo a ése, que nos hizo creer que era un hombre»).
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El cuchillo, siempre el simbólico cuchillo, vuela a través de una ventana y uno espera la caída del telón pero tres actores continuarán una trama de tono dramático que concluye con Real muerto y profanado en el galpón que, a poco, recuperará el baile para que los picados compases del tango lleven a la autoridad a aceptar la inocencia de la escena.
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¿En que tangos acunó Borges este relato?
Irrespetuosamente me permito suponer que algunos de estos que imaginaron mis oídos mientras leía «Tres amigos«, cuyo relator añora a sus amigos que conformaban el «trío más mentado que pudo haber caminado» y nos agrede desde su añoranza diciéndonos que es imposible reeditar aquellos tiempos.
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Hay en todo el relato de Borges un trasfondo de ámbito de pertenencia que, extrapolado a sus límites, parece murmurar la palabra «amistad». Y, además, se presiente en el relator la nostalgia por aquel otro tiempo.
«Culpas ajenas» donde Ponzio hiciera su descargo, recuerda ese mandato de amistad desde el cual se asumen recatadamente el rol que el amigo dejó vacante, ya sea con cuchillo o con silencio.
«El Tigre Millán«, en la descripción de Francisco Real, el Corralero, morocho, alto, fornido, seguro de sí mismo.
«Como abrazado a un rencor«: Real, al pedir que le ahorren la vergüenza de expirar ante la vista de los demás, está repitiendo el verso «…no ando en busca de un consuelo ni ando en busca de un perdón, no pretendo sacramentos ni palabras funebreras, me le entrego mansamente como me entregué al botón…».
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Pero en ninguno de ellos puedo advertir visos de alegría que diferencien en esencia a los melódicamente humildes «Tangos de Saborido» mencionados en el relato, de los románticos compases de Cobián, los chopinianos arrebatos de Maderna, los querendones susurros de Troilo y las eruditas «fugas» tangueras de Piazzolla o Rovira.
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Todo eso es el tango y su efecto en cada uno de nosotros está descripto a la perfección cuando Borges nos dice «El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar».
Ante tamaña definición convengamos, señores, que Borges es Tango y no solo tango.

por Oscar Bianchi

http://www.todotango.com/Spanish/biblioteca/cronicas/jlborges.html
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Musicians:


Piazzolla (Astor) – bandoneon and director

Rivero (Edmundo) – voice (singing)

Medina Castro (Luis) – voice (poetry reading)

Gosis (Jaime) – piano

Lopez Ruiz (Oscar) – guitar

di Fillippo (Roberto) – oboe

Zamek (Margarita) – harp

Yepes (Antonio) – timbales and xilofon

Jacobson (Leon) – guiro and percussion

Agri (Antonio) – first violin

Baralis (Hugo) – second violin

Lalli (Mario) – viola

Bragato (Jose) – cello

Diaz (Kicho) – bass

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Link
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RBerdi_ElHombreEsquinaRosada-J.L.Borges_A.Piazzolla.rar
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29
Ene
08

Jimmie Lunceford – Selecciòn – Blues in the Night

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Jimmie Lunceford

Hay varias razones por las que Jimmie Lunceford (1902-1947) mereció pasar a la historia del jazz.
Su orquesta, en la segunda mitad de los años treinta, consiguió situarse en el triunvirato de las mejores formaciones de su época junto las de Count Basie y Duke Ellington.
Sus arreglos, originales y hechos a la medida de sus instrumentistas, la disciplina y la concordia entre todos los miembros de la banda y por supuesto su música, eran las claves de aquel éxito.
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Lunceford, realiza estudios musicales en la «High Scholl» de Denver (Colorado) bajo la dirección de Wilberforce J. Whiteman, padre del célebre director de orquesta, Paul Whiteman.
Continua sus estudios en Memphis (Tennessee) y aprende a tocar varios instrumentos como el saxo alto, clarinete, trombón, flauta y guitarra.
Se gradúa en la «Fisk University» de Nashville, con un diploma que le permite ejercer como profesor de música en la «Manassas High Scholl» de Memphis. Mas tarde, trasladado a New York, se matriculara también en el «New York City College».
Aprovecha aquellos conocimientos para tocar en varias bandas como las de Elmer Snowden y en la de Wilbur Sweatman.
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En 1927, en Memphis, decide organizar su primera orquesta, los «Chickasaw Syncopators» con alumnos y compañeros de la Fisk University.
En 1929, ficha para la orquesta a tres pilares de la que muy pronto será la gran «Jimmie Lunceford Orchestra», el pianista, Edwin Wilcox, el saxo alto, Willie Smith, y el baterista, Jimmy Crawford.
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En 1930, la orquesta empieza a darse a conocer por los alrededores de Memphis, pero será en Buffalo (New York), donde en 1933, la orquesta de Lunceford empieza ser tomada en serio por los círculos jazzistas de la Gran Manzana. Aquél año sería demás la de la incorporación mas importante de la orquesta: El trompetista y genial arreglista, Melvin «Sy» Oliver, que sería la base del extraordinario éxito de la orquesta.
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Su primer contrato importante tuvo lugar al año siguiente, en 1934, cuando el y la orquesta son contratados para sustituir a Cab Calloway en el celebre Cotton Club de Harlem. La banda cosecha un éxito tremendo. No en vano allí están además de Oliver, una sección de saxos impresionantes encabezado por el saxo alto, Willie Smith y la mejor sección de trompetas de la historia mandada por Eddie Tompkins.
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Los contratos se suceden y en 1937 realizan una gira por Escandinavia, en la vieja Europa. Hasta 1939, la orquesta de Jimmie Lunceford, se mantiene en la cima jazzistica y solo es con la marcha de Sy Oliver, cuando empieza su decaimiento. Este se produce entre los años 1942 y 1943.
La guerra y el reclutamiento de los mejores instrumentistas de Lunceford, hacen el trabajo sucio y la banda va dando tumbos hasta que en 1947, su creador, Jimmie Lunceford, fallece .

http://www.apoloybaco.com/jimmieluncefordbioografia.htm
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RBerdi_J.Lunceford-BluesNight.rar
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